sábado, 28 de noviembre de 2009

¡LLEGAN LOS MARCIANOS!

Si alguien llegó a esta entrada buscando alguna noticia desesperada y alarmante sobre seres extraterrestres, le pido disculpas. Y, de pasada, le doy la bienvenida.


Ocurre que hacía mucho tiempo que un relato no me entusiasmaba. Por lo tanto, éste merece la pena. Lo curioso es que se trata de un cuento infantil, razón para agradecer el haber elegido esta bella profesión.

Su nombre es "¡CLONC! ¡SCRASH! LLEGAN LOS MARCIANOS..." , narración incluida en el libro Cuentos escritos a màquina, del italiano Gianni Rodari.


Aquí la acción no ocurre en medio de rayos láser o bombas hiperdestructivas, ni con máquinas fabulosas. El asunto es mucho más simple.

Se cuenta que unos marcianos llegan a la tierra en son de paz, pero tienen un grave problema de comunicación: No emiten ningún sonido, ni tampoco pueden entender ningún sonido nuestro, ninguna palabra, un saludo, nada. Les hablan en muchos idiomas, pero todo inùtil. De pronto, los marcianos empiezan a mirarse entre sí hasta que uno de ellos... ¡flop!... saca una nubecita donde leemos algunas letras. Y otra y otra... Y la gente trata de responderles, pero nada. Así que a alguien se le ocurre la idea de escribir en un papel unas palabras, cortarlo en forma de cartelito y mostrárselo a los alienígenas. ¡Ya está! Han entendido. Así que entre todos compran kilos de cartulina y plumones para hablar con nuestro nuevos amigos. Pero al poco tiempo ya no es necesario... ¡aprendemos a hablar con nubecitas! Alguien piensa lo que antes decìa y... ¡flop!... sale la nubecita de su cabeza. Y de la cabeza de sus amigos y la de sus padres y la de todos. Y más: Las cosas al caerse ya no hacen ruido... ¡sacan nubecitas! Los huevos al freírse, los lapiceros al trizar, los papeles al arrugarse. El diálogo y los sonidos desaparecen, ahora por todos lados solo se ven cartelitos: ¡fssssss! ¡crash! ¡bong!

Más que fascinante, lo que cuenta Rodari es escalofriante. ¿De dónde sacaron los marcianos que nosotros podríamos hablar así? Simple: Un agente secreto, enviado por ellos, años antes, les llevó una historieta como muestra de nuestra cultura. Al ver a los personajes hablando con cartelitos, pensaron que nosotros también utilizàbamos dicho método.
¿No es curioso? Resulta hasta verosímil, porque si existiese otra civilización allá afuera pues, este equívoco no sería del todo imposible.





No fue esto lo peor en la historia: Los gobiernos, siempre aprovechados, decretan ante la nueva forma de comunicación existente, abolir la libertad de palabra hablada. De esta forma todas nuestras conversaciones serán públicas y no existirán los secretos. Por supuesto, esto trae consigo a los rebeldes, quienes deben ocultarse para poder conversar (aunque sea en tono bajito) sin correr el riesgo de ir a prisión.

Las últimas palabras de esta ficción fueron, cuando menos, valientes:

¿Cuántos son los que insisten en querer hablar haciendo ruido, en vez de humo?
No se sabe. Pero esperemos que muchos.

Esperemos que siempre sean muchos, porque la palabras pueden herir, pueden doler; pero también pueden emocionar y cautivar. Sigamos hablando, que todavìa es tiempo.

Aunque a veces...




sábado, 12 de septiembre de 2009

FRAGMENTOS DE UNA OBRA HERMOSA

Te leo en silencio, Principito. En un silencio grande, tranquilo, lento. Y tus palabras resuenan como en mi adolescencia de quince años, o tal vez como en mi adultez de 22. Si alguna vez te dan vida, tendrás en mí a un gran amigo. Te pondré un nombre bello. Recorreremos todos tus planetas. Tal vez, ahora, el viaje sea eterno.

(1)

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:

-Por favor... domestícame -le dijo.

-Bien quisiera -le respondió el principito- pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.

-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!

-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.

-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...



(2)

"Si este perno me resiste un poco más, lo haré saltar de un martillazo". El principito interrumpió de nuevo mis pensamientos:

-¿Tú crees que las flores…?

-¡No!, !No! ¡Yo no creo nada! Te contesté cualquier cosa para que te calles. Tengo que ocuparme de cosas serias.

Me miró estupefacto.

-¡De cosas serias!

Me miraba con mi martillo en la mano, los dedos llenos de grasa e inclinado sobre algo que le parecía muy feo.

-¡Hablas como las personas grandes!

Me avergonzó un poco. Pero él, implacable, añadió:

-¡Lo confundes todo!…!todo lo mezclas!…

Estaba verdaderamente irritado; sacudía la cabeza, agitando al viento sus cabellos dorados.

-Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas y restas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: "¡Soy un hombre serio, soy un hombre serio!"… Al parecer esto le llena de orgullo. Pero no es un hombre, ¡es un hongo!

-¿Un qué?

-¡Un hongo!

El principito estaba pálido de cólera.

-Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también millones de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores. ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las flores pierden el tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor gordo y colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?

El principito enrojeció y después continuó:

-Si alguien ama a una flor de la que sólo existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Puede decir satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte…" ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¿Y esto no es importante?

-Si alguien ama a una flor de la que sólo existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas.

No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte.

¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar!

Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: "la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…".

No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!


Antoine de Saint-Exùpery

El Principito

domingo, 6 de septiembre de 2009

CHEGA DE SAUDADE




Es un hermoso tema. La letra simplemente me deja sin palabras, estimado lector. Y si ahora no le hallas sentido, alguna vez lo harás.
El artista es Joao Gilberto y canta el tema acompañado por su hija Bebel.

Chega de Saudade
(Antonio Carlos Jobim / Vinicius de Moraes)

Cantan Joao Gilberto y Bebel Gilberto

Vai, minha tristeza
Anda mi tristeza

E diz a ela que sem ela não pode ser
Y dile a ella que sin ella no puede ser

Diz lhe numa prece que ela regresse
Dile en una prece (oración) que ella regrese

Porque eu não posso mais sofrer
Porque yo no puedo sufrir más

Chega de saudade, a realidade
Basta de saudade ("nostalgia"), la realidad

É que sem ela não há paz, não há beleza
Es que sin ella no hay paz, no hay belleza

É só tristeza, e a melancolia
Es sólo tristeza, y la melancolía

Que não sai de mim, não sai de mim, não sai
Que no sale de mí, no sale de mí, no sale

Mas se ela voltar, se ela voltar
Pero si ella vuelve, si ella vuelve

Que coisa linda, que coisa louca
Que cosa linda, que cosa loca

Pois há menos peixinhos à nadar no mar
Pues habrá menos pecesitos nadando en el mar

Do que os beijinhos que eu darei na sua boca
Que los besitos que te daré en tu boca

Dentro dos meus braços os abraços
Dentro de mis brazos los abrazos

Hão de ser milhões de abraços apertado assim
Han de ser millones de abrazos apretado así

Colado assim, calado assim
pegado así, callado así

Abraços e beijinhos e carinhos sem ter fim
Abrazos y besitos y cariños sin fin

Que é pra acabar com esse negócio
Que es para acabar con ese negocio

De viver longe de mim
de vivir lejos de mí

Não quero mais esse negócio
No quiero más ese negocio

De você viver assim
tuyo de vivir así

Vamos deixar desse negócio
Vamos a dejar ese negocio

De você viver sem mim
Tuyo de vivir sin mí

lunes, 3 de agosto de 2009

El rey




Abajo hay fiesta. Se celebra un cumpleaños. Todo huele a alcohol, salvo este cuarto, que huele a humo de cigarro. La casa es feliz. Hoy mi padre fue el rey.

Casi siempre la casa es un matriarcado. Genocráticamente, las disposiciones avanzan, se dan, no esperan. Pero hoy mi padre tomó el cetro y fue el rey. Tal vez si tuviera una barba larga y blanca o una capa roja como la sangre, y esta no fuera una casa sino el palacio más grande del mundo mi padre sería un rey medieval.

Nunca lo he llamado Carlos. Ni siquiera papá. Recuerdo que de niño le decía papi, pero ya no. Una vez, creo que a los doce u once años lo llamé “papá” y me sentí rarísimo. Entonces me di cuenta que él solo era pa’. Ya tiene sesenta años. Exhibe una sonrisa con algunos dientes propios y otros modernos, algunos marcos de metal y mucho cariño. No camina bien porque la polio se le incrustó en una pierna de joven y su paciencia es grande para todo. Su voz es grave y afable, habla como para que se queden con él. Nunca te corta.

Te aprecia. Te estima. Te desea lo mejor.

Abajo hubo fiesta. Se escucharon hurras. Se bailó con ganas. Se gritó, se rió, se jodió. Se coreó cantos de todo tipo.

Perdón por no haber estado contigo, pa’. Lamento no haber compartido tu alegría. Ocurre simplemente que hoy la vida no me sonríe como para poder disfrutarla a tu lado. Para otra vez será.

miércoles, 11 de marzo de 2009

AUDIOLIBROS: Ante la ley (Franz Kafka)

La ley nos suele ser esquiva. Nos da la espalda. No está con nosotros. ¿Por qué es tan difícil llegar a la ley? El célebre autor checo nos da su versión en esta fascinante historia.



ANTE LA LEY
(Franz Kafka)

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

(Texto: cortesía de Biblioteca digital Ciudad Seva)

domingo, 22 de febrero de 2009

AUDIOLIBROS: Los dos reyes y los dos laberintos

La completa soledad puede ser el peor de los laberintos. Así lo demuestra Jorge Luis Borges en este maravilloso cuento suyo.




LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

domingo, 8 de febrero de 2009

AUDIOLIBROS: La princesa y el guisante

¿Sabías que la clave para distinguir una princesa falsa de una verdadera puede estar en una simple arveja? Descúbrelo oyendo este audiolibro.





La princesa y el guisante

Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero con una verdadera princesa de sangre real. Viajó por todo el mundo buscando una, pero era muy difícil encontrarla, mucho más difícil de lo que había supuesto.
Las princesas abundaban, pero no era sencillo averiguar si eran de sangre real. Siempre acababa descubriendo en ellas algo que le demostraba que en realidad no lo eran, y el príncipe volvió a su país muy triste por no haber encontrado una verdadera princesa real.
Una noche, estando en su castillo, se desencadenó una terrible tormenta: llovía muchísimo, los relámpagos iluminaban el cielo y los truenos sonaban muy fuerte. De pronto, se oyó que alguien llamaba a la puerta:
-¡ Toc, toc!
La familia no entendía quién podía estar a la intemperie en semejante noche de tormenta y fueron a abrir la puerta.
-¿ Quién es? - preguntó el padre del príncipe.
- Soy la princesa del reino de Safi - contestó una voz débil y cansada. - Me he perdido en la oscuridad y no sé regresar a donde estaba.
Le abrieron la puerta y se encontraron con una hermosa joven:
- Pero ¡Dios mío! ¡Qué aspecto tienes!
La lluvia chorreaba por sus ropas y cabellos. El agua salía de sus zapatos como si de una fuente se tratase. Tenía frío y tiritaba.
En el castillo le dieron ropa seca y la invitaron a cenar. Poco a poco entró en calor al lado de la chimenea.
La reina quería averiguar si la joven era una princesa de verdad.
"Ya sé lo que haré - pensó -. Colocaré un guisante debajo de los muchos edredones y colchones que hay en la cama para ver si lo nota. Si no se da cuenta no será una verdadera princesa. Así podremos demostrar su sensibilidad".
Al llegar la noche, la reina colocó un guisante bajo los colchones y después se fue a dormir.
A la mañana siguiente, el príncipe preguntó:
-¿Qué tal has dormido, joven princesa?
- ¡Oh! Terriblemente mal - contestó -. No he dormido en toda la noche. No comprendo qué tenía la cama; Dios sabe lo que sería. Tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!
- Entonces, ¡eres una verdadera princesa! Porque a pesar de los muchos colchones y edredones, has sentido la molestia del guisante. ¡Solo una verdadera princesa podía ser tan sensible!
El príncipe se casó con ella porque estaba seguro de que era una verdadera princesa. Después de tanto tiempo, al final encontró lo que quería.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Andersen (Adaptación)


(Texto: Cortesía de El bus de infantil)

miércoles, 4 de febrero de 2009

AUDIOLIBROS: RUMPELSTIKIN

Cuento infantil que ocupa un lugar repleto de nostalgia en el corazón de muchos adultos. En esta historia, una princesa será obligada por las circunstancias a perder lo que más quiere en el mundo... Oye y descubre la historia de RUMPELSTIKIN.
Para grandes y chicos.





RUMPELSTIKIN

Había una vez un pobre molinero que tenía una bellísima hija. Y sucedió que en cierta ocasión se encontró con el rey, y como le gustaba darse importancia sin medir las consecuencias de sus mentiras, le dijo:

-Mi hija es tan hábil y sabe hilar tan bien, que convierte la hierba seca en oro.

-Eso es admirable, es un arte que me agrada -dijo el rey-. Si realmente tu hija puede hacer lo que dices, llévala mañana a palacio y la pondremos a prueba.

Y en cuanto llegó la muchacha ante la presencia del rey, éste la condujo a una habitación que estaba llena de hierba seca, le entregó una rueca y un carrete y le dijo:

-Ahora ponte a trabajar, y si mañana temprano toda esta hierba seca no ha sido convertida en oro, morirás.

Y dichas estas palabras, cerró él mismo la puerta y la dejó sola.

Allí quedó sentada la pobre hija del molinero, y aunque le iba en ello la vida, no se le ocurría cómo hilar la hierba seca para convertirla en oro. Cuanto más tiempo pasaba, más miedo tenía, y por fin no pudo más y se echó a llorar.

De repente, se abrió la puerta y entró un hombrecito.

-¡Buenas tardes, señorita molinera! -le dijo-. ¿Por qué está llorando?

-¡Ay de mí! -respondió la muchacha-. Tengo que hilar toda esta hierba seca de modo que se convierta en oro, y no sé cómo hacerlo.

-¿Qué me darás -dijo el hombrecito- si lo hago por ti?

-Mi collar -dijo la muchacha.

El hombrecito tomó el collar, se sentó frente a la rueca y... ¡zas, zas, zas!, dio varias vueltas a la rueda y se llenó el carrete. Enseguida tomó otro y... ¡zas, zas, zas!... con varias vueltas estuvo el segundo lleno. Y así continuó sin parar hasta la mañana, en que toda la hierba seca quedó hilada y todos los carreteles llenos de oro.

Al amanecer se presentó el rey. Y cuando vio todo aquel oro sintió un gran asombro y se alegró muchísimo: pero su corazón rebosó de codicia. Hizo que llevasen a la hija del molinero a una habitación mucho mayor que la primera y también atestada de hierba seca, y le ordenó que la hilase en una noche si en algo estimaba su vida. La muchacha no sabía cómo arreglárselas, y ya se había echado a llorar, cuando se abrió la puerta y apareció el hombrecito.

-¿Qué me darás -preguntó- si te convierto la hierba seca en oro?

-Mi sortija -contestó la muchacha.

El hombrecito tomó la sortija, volvió a sentarse a la rueca, y al llegar la madrugada toda la hierba seca estaba convertida en reluciente oro.

Se alegró el rey a más no poder cuando lo vio, pero aún no tenía bastante; mandó que llevasen a la hija del molinero a una habitación mucho mayor que las anteriores y también atestada de hierba seca.

-Hilarás todo esto durante la noche -le dijo-, y si logras hacerlo, serás mi esposa.

Tan pronto quedó sola, apareció el hombrecito por tercera vez y le dijo:

-¿Qué me darás si nuevamente esta noche te convierto la hierba seca en oro?

-No me queda nada para darte -contestó la muchacha.

-Prométeme entonces -dijo el hombrecito- que si llegas a ser reina, me entregarás tu primer hijo.

La muchacha dudó un momento. «¿Quién sabe si llegaré a tener un hijo algún día, y esta noche debo hilar este heno seco?» se dijo. Y no sabiendo cómo salir del paso, prometió al hombrecito lo que quería y éste convirtió una vez más la hierba seca en oro.

Cuando el rey llegó por la mañana y lo encontró todo tal como lo había deseado, se casó enseguida con la muchacha, y así fue como se convirtió en reina la linda hija del molinero.

Un año más tarde le nació un hermoso niño, sin que se hubiera acordado más del hombrecito. Pero, de repente, lo vio entrar en su cámara:

-Vine a buscar lo que me prometiste -dijo.

La reina se quedó horrorizada, y le ofreció cuantas riquezas había en el reino con tal de que le dejara al niño. Pero el hombrecito dijo:

-No. Una criatura viviente es más preciosa para mí que los mayores tesoros de este mundo.

Comenzó entonces la reina a llorar, a rogarle y a lamentarse de tal modo que el hombrecito se compadeció de ella.

-Te daré tres días de plazo -le dijo-. Si en ese tiempo consigues adivinar mi nombre, te quedarás con el niño.

La reina se pasó la noche tratando de recordar todos los nombres que oyera en su vida, y como le parecieron pocos envió un mensajero a recoger, de un extremo a otro del país, los demás nombres que hubiese. Cuando el hombrecito llegó al día siguiente, empezó por Gaspar, Melchor y Baltasar, y fue luego recitando uno tras otro los nombres que sabía; pero el hombrecito repetía invariablemente:

-¡No! Así no me llamo yo.

Al segundo día la reina mandó averiguar los nombres de las personas que vivían en los alrededores del palacio y repitió al hombrecito los más curiosos y poco comunes.

-¿Te llamarás Arbilino o Patizueco o quizá Trinobobo?

Pero él contestaba invariablemente:

-¡No! Así no me llamo yo.

Al tercer día regresó el mensajero de la reina y le dijo:

-No he podido encontrar un sólo nombre nuevo; pero al subir a una altísima montaña, más allá de lo más profundo del bosque, allá donde el zorro y la liebre se dan las buenas noches, vi una casita diminuta. Delante de la puerta ardía una hoguera y alrededor de ella un hombrecito ridículo brincaba sobre una sola pierna y cantaba:

Hoy tomo vino y mañana cerveza,
después al niño sin falta traerán.
Nunca, se rompan o no la cabeza,
el nombre Rumpelstikin adivinarán.

¡Imagínense lo contenta que se puso la reina cuando oyó este nombre!

Poco después entró el hombrecito y dijo:

-Y bien, señora reina, ¿cómo me llamo yo?

-¿Te llamarás Conrado? -empezó ella.

-¡No! Así no me llamo yo.

-¿Y Enrique?

-¡No! ¡Así no me llamo yo! -replicó el hombrecito con expresión triunfante.

Sonrió la reina y le dijo:

-Pues... ¿quizás te llamas... Rumpelstikin?

-¡Te lo dijo una bruja! ¡Te lo dijo una bruja! -gritó el hombrecito.

Furioso, dio en el suelo una patada tan fuerte, que se hundió hasta la cintura. Luego, sujetándose al otro pie con ambas manos, tiró y tiró hasta que pudo salir; y entonces, sin dejar de protestar, se marchó corriendo y saltando sobre una sola pierna, mientras en palacio todos se reían de él por haber pasado en vano tantos trabajos.

(Texto: Cortesía de biblioteca digital Ciudad Seva)


UNA NUEVA ETAPA EN EL BLOG: AUDIOLIBROS PROPIOS + "El eclipse" (Monterroso)

Así es. Una nueva etapa en mi blog y en mi vida. Decidí hacer algo distinto con mi voz, así que desde ahora, además de postear periódicamente escritos, locuras y demás, postearé AUDIOLIBROS que yo mismo haré. Espero que sean vistos como una forma amena y sencilla de difundir la literatura, el gusto por la lectura y la narración. Además, creo que pueden ser útiles también para invidentes, ya que, al menos en el Perú, la bibliografía en el sistema Braille es escasa. Y, en atención a los lectores que prefieren ver mientras escuchan, cada audiolibro irá acompañado del texto correspondiente.


Hoy postearé dos, a modo de inauguración. El primero es una obra pequeña del más pequeño guatemalteco, Augusto Monterroso, archiconocido por haber sido el creador del cuento más corto del mundo, "El dinosaurio". La obra en cuestión es "El eclipse" en la que se nos relata una curiosa (aunque trágica) aventura de un conquistador español.







EL ECLIPSE


Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

- Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

(Texto: Cortesía biblioteca digital Ciudad Seva)